Por Martín Carzo
Cae la noche del 1800 y comienza a asomarse el sol de un nuevo siglo. Junto a el, la ciudad alberga un nuevo pasatiempo con ribetes pasionales y marginales. Gritos, ruidos, quejas y empujones se mezclan con alegría y deportividad en el patio de un Colegio a orillas del Rio Paraná. Un reglamento en un idioma foráneo y una pelota que distaba mucho a la utilizada en los deportes aristocráticos de la época herían a fuego la sensibilidad incrédula de una minoría acomodada y daba lugar a los primeros pasos (y pases) de un deporte novedoso. El Futbol tiraba su ancla en Rosario, y en el país.